Jency Martínez
Universidad Privada Dr. Rafael Belloso Chacín, URBE
La lucha por la permanencia en el mercado presiona el desarrollo de estrategias a futuro, en escenarios no consolidados pero posibles, articulando la prospectiva con una acción estratégica visionaria. Se evidencia un dinamismo, la importancia del equipo y la necesidad de la racionalidad, y en consecuencia, de responsabilidad, en la toma de decisiones estratégica. El factor humano surge como fuente principal de competitividad y excelencia en relación a la innovación, adaptación, transferencia y utilización de tecnología para satisfacer las necesidades de sus interlocutores válidos. El postcapitalismo ha producido una transición de la era del poder a la era de la responsabilidad donde la empresa deberá asumir un verdadero compromiso como formadora de conocimiento y con su responsabilidad ética, fundamentando la innovación tecnológica en un marco de actuación interiorizado donde converjan los intereses diversos de todos los grupos relacionados, permitiendo al mismo tiempo, el logro de los objetivos en un escenario de competencia responsable.
Palabras clave: estrategia, innovación tecnológica, gestión tecnológica, conocimiento, responsabilidad ética.
The fight for permanent market standing pushes the development of future strategies, in possible but no consolidated sceneries, matching the prospective with a visionary strategic action. This is an evidence of dynamism that establishes the team work and the necessity of rationality, and in consequence of responsibility, in the strategic decision making. The human factor emerged as the principal source of competitiveness and excellence, related to the innovation, adaptability, transference and used of technology to satisfy the necessities of the interest groups. The postcapitalism has produced a transition between the age of power and the age of responsibility where organizations must assumed a real compromise not only as a knowledge trainer but with its ethical responsibility, basing technological innovation in a conduct frame that has been accepted where all interest converged and allowed to reach the objectives in a responsible scenery of competence.
Key words: strategy, technological innovation, technological management, knowledge, ethical responsibility.
El síndrome del cambio permanente tiene a las empresas en un ambiente
de dinamismo constante en la búsqueda de nuevas e innovadoras opciones
que le permitan mantenerse a la vanguardia en el mercado. Esta gestión
tecnológica debe estar integrada con los lineamientos estratégicos de la
organización para que se produzca una simbiosis entre sus objetivos
económicos y su compromiso social con el entorno donde está inserta,
asumiendo la responsabilidad ética de sus decisiones, limitada solo por el
marco de actuación que le asegure su rentabilidad y perpetuidad.
La presente investigación es netamente documental y pretende resaltar la
importancia de la relación entre la responsabilidad ética, como marco de
actuación en un contexto de cambios permanentes que desafía a las
empresas y la toma de decisiones visionarias requerida por la gestión de la
tecnología que les permitirá permanecer en el mercado en el largo plazo.
Actualmente, el mundo empresarial se encuentra inmerso en un síndrome
de cambios, constantes, inevitables e impredecibles y estos, a su vez, sitúan
a las empresas en un ambiente acelerado, donde todo debe marchar rápido:
los negocios, los papeles, la información, la toma de decisiones, inclusive las
ideas y las innovaciones. Estos escenarios de cambios acelerados han
hecho que, en los últimos años, se dedique tiempo y esfuerzo en la
búsqueda de nuevas formas de supervivencia para las empresas, nuevas
formas para alcanzar el éxito, para ser más productivos y competitivos en el
mundo globalizado.
Rojas (1999) establece siete tendencias que están afectando la vida
empresarial, pero que todas ellas, en esencia, podrían considerarse como
cambios que están sucediendo dentro y fuera de las organizaciones. El
impacto del cambio incremental donde el cambio ha pasado de ser la
excepción para ser la norma dentro de las organizaciones (Drücker, 1999); el
impacto de las comunicaciones y las tecnologías de información produce
incertidumbre en las organizaciones pues vivimos dentro de una dinámica
caótica donde nada es estable (Rojas, 1999); la virtualización de las
empresas requiere de nuevos esquemas organizacionales aun no definidos o
en proceso de experimentación; la revalorización de la paradoja, lo que antes
no podía ser ahora es o puede ser y la incertidumbre producto de la
impredecibilidad de los eventos que ocurren; el déficit conceptual que
explique lo que está pasando requiere la investigación de definiciones que
soporten los nuevos escenarios; la crisis de los paradigmas gerenciales
involucra la toma de decisiones acertada o desacertada y el desarrollo de la
visión de complejidad para entender a las organizaciones bajo la óptica de la
postmodernidad lleva a formular la visión como la misión de las
organizaciones.
Este escenario produce ansiedad en las organizaciones por soluciones,
conceptos, definiciones que le permitan seguir compitiendo en los mercados
globalizados. Se ha desvanecido la época de estabilidad en la que la toma
de decisiones acertada se hacia con tranquilidad y continuidad
fundamentada en los antiguos paradigmas gerenciales. La lucha por la
permanencia en el mercado presiona el desarrollo de estrategias a futuro,
anticipadas a la acción misma, en escenarios no consolidados pero posibles,
articulando la prospectiva con la estrategia en una acción estratégica
visionaria (Godet, 1995).
La toma de decisiones estratégicas se relaciona con la dirección de la
organización en el largo plazo, con el logro de ventajas competitivas en
función de sus competencias distintivas, su conocimiento mas sus
capacidades, de acuerdo con el entorno en el que opera; todo fundamentado
en la visión de la organización. Es la construcción de competencias y manejo
de los recursos para el aprovechamiento de oportunidades, ocasionando
posibles cambios trascendentales, estructurales u operacionales que afectan
a toda la organización (Johnson y Scholes, 1999).
Las estrategias evolucionan con el tiempo, se desconoce su futuro, es una
mezcla de planes, intenciones y reacciones adecuadas al medio ambiente.
Los procesos empleados para llegar a la estrategia son fragmentarios,
evolutivos y en gran medida intuitivos. Los sucesos internos y externos se
conjugan para llevar a un nuevo y ampliamente difundido consenso de
acción (Thompson, 1999, Mintzberg, 1993).
En esta descripción, se evidencia el dinamismo, se establece la
importancia del equipo y la necesidad de la racionalidad, y en consecuencia
de responsabilidad, en la toma de decisiones estratégica (Kaplan, 2001).
Pero también se intuye un camino con tropiezos, lleno de incertidumbre,
donde el cambio permanente es el factor común, lo que podría llevar a
confusión o desorientación a los diferentes niveles de la organización por si
solos, entre ellos y en su relación con el entorno que les rodea.
Vivas (1998) expone que las organizaciones de hoy se manejan bajo el
concepto del pensamiento estratégico, definido como una actitud por el
espíritu vanguardista de la organización, un proceso por el enfoque sistémico
de planeación, una herramienta por las estrategias de acción y finalmente
una cualidad como forma de vida que se manifiesta en forma innata a través
del espíritu creador que fomenta las nuevas ideas, el espíritu gerencial que
administra y controla la empresa y el espíritu empresarial que descubre
nuevas oportunidades en su entorno competitivo.
Esta es la forma en que las empresas se preparan para enfrentar el futuro
en un medio ambiente complejo e imprevisible. La organización, como un
todo integrado, requiere, en consecuencia, del manejo del conocimiento de
su entorno interno y externo interrelacionado en forma coherente, para crear
esas ventajas competitivas que le permitirán sobrevivir en los mercados
globalizados (Zorrilla, 1997).
Los elementos inmersos en ese entorno interno y externo incluyen,
primeramente, el factor humano, como fuente principal de competitividad y
excelencia, y la orientación efectiva del proceso de cambio tecnológico.
Ambos van a iniciar, mantener y orientar el cambio, el crecimiento y el
desarrollo de las organizaciones en relación a la innovación, adaptación,
transferencia y utilización de tecnología para satisfacer las necesidades de
sus interlocutores válidos (Zorrilla, 1997).
A esto se le denomina gestión tecnológica, prospectiva estratégica del
cambio gerencial permanente en el área tecnológica, hoy día globalizada y
que afecta a todas las organizaciones, públicas o privadas, en todas las
áreas que confluyen en la producción de bienes y servicios, en todos los
sectores, en todos los ambientes de todas las naciones (Paredes, 1996;
Zorrilla, 1997).
Philip, citado por Zorrilla (1997), define tecnología como el conocimiento
científico que tiene la empresa en un área de la ciencia o la ingeniería para la
obtención de un resultado práctico, tangibilizado en la comercialización de
sus productos y servicios.
La gestión tecnológica, por otra parte, es un proceso que involucra varias
etapas iniciándose con el diagnóstico tecnológico donde la empresa define
sus capacidades y establece sus fortalezas y debilidades ante un escenario
de oportunidades y amenazas.
Una segunda etapa relacionada con la toma de decisiones estratégicas
relativas a innovación, adaptación y/o transferencia de tecnología y su
aplicación en el ambiente analizado; una tercera etapa que consiste en la
aplicación propiamente dicha y la comercialización del resultado y la última
referida a la evaluación continua de esos resultados que genera una revisión
permanente de la gestión (Paredes, 1996; Godet, 1995).
A estas etapas, Monger, citado por Riedi, Ibáñez y Di Martino, (Consulta
en línea, 01/05/03), las divide en 3 fases: Valoración o diagnóstico, toma de
posición o aplicación de estrategias y formación de política o integración de
toda la organización a la estrategia tecnológica.
En síntesis, la gestión se fundamenta en el conocimiento y el manejo
estratégico de la información por parte del capital intelectual de la
organización. El conocimiento consiste en verdades, creencias, perspectivas,
conceptos, juicios, expectativas, metodologías y el saber hacer; mientras que
la información es un conjunto de datos y hechos ordenados.
Estas definiciones le confieren un carácter de intangibilidad a la gestión.
Los activos intangibles, por su propia naturaleza, tienen mayor facilidad para
convertirse en los activos estratégicos. El rasgo común de los activos
intangibles, y de las capacidades que los movilizan, es que son formas de
conocimiento con grados distintos de especificidad, codificabilidad y
complejidad, son activos escasos y valiosos por lo que pueden transformarse
en fuente de ventaja competitiva difícilmente imitable (Zorrilla, 1997).
La intangibilidad se expresa en las dificultades para medirla, porque no se
puede tocar, ver, manipular, pero es una cuestión de apreciación, la
velocidad del mercado, las fusiones, las adquisiciones, las modas, la
tecnología, han hecho necesario la creación de un valor superior e intangible
que es el conocimiento y las personas son las propietarias.(Belly, 2001).
Se incorpora en este contexto el talento humano como eje fundamental de
la organización, creador, director, administrador y operador de ideas y
conocimiento, que deben interiorizar, compartir y conjugar con las normas y
valores de la organización con el fin de lograr sus objetivos, tanto
económicos como sociales, en el corto, mediano y largo plazo e incluirlos en
su propio sistema de valores (Hill, 1996).
Los valores forman parte de esos activos intangibles. Rokeach,
mencionado por García y Dolan (1999), define valor como una convicción o
creencia estable en el tiempo de que un determinado modo de conducta o
una finalidad existencial es personal o socialmente preferible a su modo
opuesto de conducta o a su finalidad existencial contraria. García cambia las
palabras convicción o creencia por aprendizaje estratégico, igualmente,
Siliceo y otros (1999) las sustituye por concepciones prácticas heredadas o
innovadas, dándole un matiz de conveniencia orientado hacia la supervivencia
no solo humana sino de las empresas como organizaciones
vitales.
Esto coincide con el concepto de vitalidad organizacional expresado por
Siliceo y otros (1999) como un proceso de madurez y mejora continua, en
respuesta al medio ambiente cambiante. Las organizaciones están en
proceso de aprendizaje permanente (Senge, 1999), con el objeto de ser
capaces de responder a las exigencias del mercado como su fin económico y
de su entorno como su fin social, compromiso que han adquirido las
empresas con la sociedad.
Estos activos aportan identidad a los grupos, orientan el comportamiento,
regulan la vida social, conducen la realización humana y la libertad en una
dirección de éxito colectivo, dan significado a la vida, base donde se
construye la cultura empresarial (Siliceo y otros, 2000).
La cultura empresarial se fundamenta en esa mezcla de valores, producto
de individualidades, dándole identidad, personalidad y destino para lograr
sus fines económicos y sociales, logrando permanecer en el tiempo (Guédez,
2001).
Pero para que esa cultura se transforme en una ventaja competitiva y en
factor de éxito empresarial es necesario que esos elementos que la
conforman confluyan y sean el norte que orienta a la organización, a sus
miembros y los grupos de interés alrededor de ella, transformándose en
elementos productivos (Siliceo y otros, 1999).
Estos fines económicos y sociales implican el reconocimiento que la
empresa es mucho más que un fenómeno económico, y debe conjugar su
finalidad económica inmediata con su responsabilidad sociocultural de más
largo alcance (Siliceo y otros 1999). En relación a esto, Drücker (1998)
estima que con el postcapitalismo se ha producido una transición de la era
del poder a la era de la responsabilidad.
La sociedad de organizaciones y de conocimiento exige una organización
basada en la responsabilidad, es ella quien debe cuidar de la sociedad
misma, dentro de los límites de su competencia sin poner en peligro su
capacidad de rendimiento (Drücker, 1999). Esto garantizaría la consecución
de beneficios a corto plazo con beneficios globales que generen un futuro
humano sustentable en el largo plazo (Siliceo y otros, 1999).
En la era de la responsabilidad, la empresa deberá asumir un verdadero
compromiso no solo como formadora de conocimiento sino con su
responsabilidad ética, consolidando así su papel histórico, que le permita
trascender lo estrictamente empresarial en beneficio de la gran causa
ecológica, de la vida y de la dignificación del hombre.(Siliceo y otros, 1999).
Martín y Ferrer (2002) definen la responsabilidad como vivir para actuar,
uniendo así dos premisas fundamentales de la ética: la vida misma y el
principio de libertad; el individuo es el principio de sus actos. Los actos son
producto del conocimiento y este determina la voluntad, dando origen a los
logros primeramente individuales y luego colectivos, enmarcando al hombre
como elemento social que enriquece su intelecto. Los logros se fundamentan
en valores que vinculan, en consecuencia, el comportamiento práctico a las
directrices.
Se dice responsable quien es capaz de justificar acciones, de explicar, de
dar razón de lo que hizo. La responsabilidad es una consecuencia de la
libertad. La actividad empresarial es producto de la libre creatividad de los
hombres con visión de negocios, que se ha transformado en una pieza
fundamental del proceso social de la humanidad como fuente de aprendizaje,
de conocimiento, de vida, alrededor de la cual se desenvuelve el quehacer
diario de los seres humanos. En defensa de esa libertad se encuentra la
responsabilidad.
La responsabilidad va más allá del concepto primitivo de responder a los
actos, de acuerdo con Llano (1991), la responsabilidad parte de nosotros
mismos como entes únicos responsables de nuestra existencia, se basa en
un marco de referencia moral aprendido que implica tomar en cuenta las
consecuencias inmediatas e imprevistas que puedan afectar el entorno, este
último limitado, primeramente pero no exclusivamente, al más cercano,
responsabilidad consecuente, de principios, congruente y trascendente.
Extrapolando al ámbito empresarial, las responsabilidades se inician en el
mismo momento de la concepción del negocio, en la conciencia de los
accionistas como resultado de su creatividad y su inversión; en la misión al
involucrar bienes y servicios para beneficio de un sector limitado, adquiriendo
un compromiso, en la organización que se regirá por unas normas y
principios, inicialmente establecidos por los dueños de la idea, y finalmente
en la toma de decisiones, producto de la puesta en práctica y el aprendizaje
diario del devenir empresarial.
Se inicia con una responsabilidad congruente, para adquirir una
responsabilidad trascendente, basada en una responsabilidad de principios
para cerrar con una responsabilidad consecuente, que siendo la empresa un
actor moral como lo establece Velásquez (2000), debe asumir como una
responsabilidad congruente o comprometida, pues de esas consecuencias
depende su ventaja competitiva y la existencia de la organización.
En este contexto, siendo el objetivo de toda organización la satisfacción de
necesidades humanas a través de un beneficio mutuo, tomando en cuenta
los derechos de cada uno de los grupos que conforman la organización, la
toma de decisiones debe fundamentarse en normas y principios éticos y
asumir la responsabilidad de las consecuencias de las mismas
(Cortina,1996).
Esta responsabilidad ética podría definirse como el marco de actuación
empresarial para la toma de decisiones basado en los principios y valores
compartidos entre sus grupos de interés, tanto individual como
colectivamente, que conduzca a la organización hacia la consecución de sus
objetivos de rentabilidad y permanencia en el tiempo, dentro del contexto
social y ecológico en el cual se desenvuelve.
La ética se refiere a decisiones y acciones concretas, por lo que Enderle
(1999) plantea un concepto equilibrado de empresa en función de las
responsabilidades empresariales más allá del enfoque de los que poseen
intereses Este comprende la identificación de una base cognoscitiva con sus
temas pertinentes en los diferentes ámbitos y luego se evalúan esos
aspectos desde la perspectiva ética. Ambas dimensiones la cognoscitiva y la
de evaluación, son esenciales para comprender la responsabilidad
empresarial.
Ferrer (2002), por su parte, plantea la configuración de un balance ético
para lo cual se requieren tres pasos. En primer lugar, identificar los grupos de
interés involucrados en el quehacer empresarial, luego explicitar los
diferentes intereses de cada uno de los grupos implicados. Los intereses se
estructuran a través de valores, deseos y expectativas que orientan nuestras
acciones personales y colectivas.
El tercer paso en la configuración del balance ético, consiste en la
concreción de estos intereses en forma de indicadores que permitan su
sistematización y la medición del grado de satisfacción o cumplimiento
ambos, el enfoque equilibrado de empresa y el balance ético plantean un
horizonte ético de actuación empresarial con el cual valorar moralmente su
comportamiento respecto a las condiciones de las que depende su
credibilidad y confianza y de donde surge un marco normativo de actuación
del que se deriva su responsabilidad ética, entendida esta como la
responsabilidad social y ecológica de la empresa (Ferrer, 2002; Cortina, y
otros, 1997).
Desde el punto de vista moral ofrecido por la ética empresarial dialógica,
Cortina y otros (1997) plantean que una empresa actuaría moralmente
cuando sus acciones y decisiones persiguieran, en lo posible, el diálogo y
posterior acuerdo de todos estos grupos implicados en la actividad
empresarial.
La responsabilidad ética consiste en respetar ese marco del diálogo y en
buscar la satisfacción de todos los intereses en juego (grupos de interés
internos y externos) construcción base del balance ético (Cortina y otros,
1997) La responsabilidad social y ecológica es ya una determinada
concreción, en un sector o una empresa, e implica estrategias, prioridades,
mecanismos de diálogo y de participación.
El concepto de la empresa equilibrada y la configuración de un balance
ético de empresa deben reflejar la comprensión más compleja de la
sociedad, resultado de esa compleja interacción de valores que surgen de la
actividad empresarial y su íntima e inseparable relación con la sociedad que
la contienen. Cualquier ética aplicada debe recurrir a estrategias y su
comunicación que le permitan relacionarse con sus interlocutores válidos
(Cortina y otros, 1997).
De lo anterior se deriva que, la responsabilidad social y ambiental debe
formar parte de la misión de la organización pues su logro forma parte del
éxito de los negocios permitiendo la creación de políticas fuertes sobre una
base más que económica, que se transforman en el quehacer ético. La
integración de intereses diversos en acciones que persiguen un beneficio
colectivo.
De la definición de responsabilidad ética expuesta anteriormente se deriva
el concepto de responsabilidad social como la adopción de una posición ética
por parte de la empresa, consistente en el libre y activo compromiso de
resolver los problemas de desarrollo de la sociedad y construirla como una
comunidad democrática, sustentable y solidaria. (Fundación Esquel de
Ecuador, 2002).
La responsabilidad social es una disciplina dinámica que se mueve en un
contexto de cambios constantes y que diariamente pone a prueba los
principios individuales y las responsabilidades organizativas (Donnelly,
Gibson e Ivancevich , 1997). Hoy día, es base de resolución de conflictos y
problemas y soporta la toma de decisiones en todas las áreas de la organización,
constituyéndose en una ventaja competitiva diferenciadora.
Por otra parte, dado que un sistema ecológico es un conjunto
interrelacionado e interdependiente de organismos y entorno, las actividades
de una de las partes afecta a las demás y la supervivencia de cada una
depende también de la supervivencia de las demás. Así, las empresas
dependen de su entorno natural para obtener su energía y recursos
materiales, y para deshacerse de sus residuos; y a su vez, ese entorno es
afectado por las actividades de la empresa (Velásquez, 2000).
De cara a la supervivencia, se esgrime la responsabilidad de las empresas
para con el medio ambiente; para con la vida misma, es la responsabilidad
ecológica. La sociedad de organizaciones y de conocimiento exige una
organización basada en la responsabilidad (Drücker, 1999). Esto garantizaría
la consecución de beneficios a corto plazo con beneficios globales que
generen un futuro humano sustentable en el largo plazo (Siliceo y otros,
1999).
La innovación, adaptación, transferencia y utilización de tecnología para
satisfacer las necesidades de los consumidores en la lucha por la
permanencia en el mercado de las empresas, motiva al componente humano
de la organización a desarrollar infinitas ideas, estimula la constante
búsqueda para mantenerse a la vanguardia ante la inminente e intensa
competencia.
Esta estrategia tecnológica debe estar de acuerdo con la estrategia global
de la empresa, con su misión y visión. Debe existir una orientación
estratégica común y una gestión conjunta, se debe explorar y explotar todas
las aplicaciones posibles, aunque esto signifique incursionar en mercados
distintos, buscar la cooperación de otras empresas, trabajar en equipos
multidisciplinarios, que vayan generando mejoras a corto plazo de productos
y procesos para lograr los de largo plazo (Escorsa y Valls, 2001).
De lo anterior, se denota una acción constante, una búsqueda incansable,
una carrera sin límites, que seguramente logrará alcanzar los objetivos
planteados pero que en el camino también podría degenerar en productos,
servicios, procesos, ideas inclinados solo al beneficio económico dejando de
lado los compromisos sociales y ecológicos, asumidos por la
organización.(Escorsa y Valls, 2001). Pues, esta carrera puede ser la
diferencia entre éxito o el fracaso empresarial, de allí la importancia de
fundamentar la innovación tecnológica en un marco de actuación
interiorizado en la empresa donde converjan los intereses diversos de todos
los grupos relacionados y que permitan el logro de los objetivos sin
atropellos, sin distorsiones, en un escenario de competencia responsable.
Expresa Paredes (1996) que una vez conocidas las necesidades de una
sociedad, la tecnología determina que y como se producirá. Esta acción
repercute en inversiones, expansión de la actividad económica, avances
científico-tecnológicos y socio-económicos, que generan nuevos recursos y
nuevas oportunidades para transferir, adaptar y usar tecnologías. A su vez
esto origina un proceso de cambio que “bien orientado” contribuye al
mejoramiento de la calidad de vida de las naciones.
Pero si por el contrario, la orientación es inadecuada repercutirá en forma
negativa en el uso de recursos, en la capacidad de satisfacer necesidades,
hasta en la vida misma de la humanidad. Múltiples son los casos conocidos
donde el avance de la ciencia y la tecnología han sido desviados de su cause
ético-natural producto de intereses netamente económicos y políticos,
distorsionando el objetivo de su creación, atropellando los derechos
humanos, ocasionando grandes daños sociales y ecológicos.
Se evidencia en este contexto, la importancia de una base de valores
sólida que sostenga y oriente a las organizaciones en su diario transitar y
sirva de marco regulatorio ante los cambios permanentes exigidos por el
entorno. Se requiere de la creación de un ambiente donde afloren los valores
propios de la organización y se confundan con los individuales, un clima
organizacional enfocado a la responsabilidad y no a la transitoriedad del
desarrollo, que se fundamente en una cultura fuerte y arraigada. Son las
mismas organizaciones las que regulan su comportamiento tal y como lo
expresa Drücker, (1999).
Es en esta mezcla de valores en la que se fundamenta la cultura de las
organizaciones, dándole identidad, personalidad y destino para lograr sus
fines económicos y sociales, y en consecuencia, permanecer en el tiempo.
Pero para que esa cultura se transforme en una ventaja competitiva y en
factor de éxito empresarial es necesario que esos elementos que la
conforman confluyan y sean el norte que orienta a la organización, a sus
miembros y los grupos de interés alrededor de ella, transformándose en
elementos productivos (Siliceo y otros, 1999).
Para fortalecer estos planteamientos, Cox y Dupret (2001, citado por Beltrán, 2002),
afirman que ser responsable genera ventajas para la
empresa, pues:
Esta fuente de ventajas competitivas permite a la empresa posicionarse en
el mercado por encima de sus competidores más cercanos, generando
mayores utilidades en el mediano y largo plazo. Como expresan Peters y
Waterman, la empresa responsable es una empresa virtuosa y esto lo ilustra
Lovelock (1997) a través de su circulo virtuoso (Fig. 1), donde un grupo
satisfecho genera otro, resultando en un dinamismo continuo difícilmente
imitable que se transforma en una barrera de entrada para el sector, mayores
ganancias, beneficios, dividendos, mayor número de clientes, mejores
proveedores, indefinidamente, es permanencia en el mercado.
En este contexto, Cortina (1998) sostiene que una empresa es competitiva
cuando puede generar beneficio suficiente para permanecer en el mercado a
largo plazo, porque el interés es fundamentalmente la durabilidad y
prosperidad. Este es el resultado de ser una empresa responsable, por lo
que la organización debe asumir las consecuencias, como empresa exitosa,
en función de los elementos de responsabilidad ética, basado en credibilidad
y confianza y permitiéndole lograr el posicionamiento deseado para su
permanencia en el mercado.
Figura 1. Circulo Virtuoso. Adaptado de Lovelock (1997, Pág. 460)
Por otra parte, una gestión tecnológica exitosa debe fundamentarse en la revolución mental, en la conciencia misma de los individuos que interactúan en la organización, en la búsqueda de intereses comunes, que puedan satisfacer las necesidades tanto económicas como sociales. La empresa es un vasto campo de experimentación social, donde los hombres se forman en nuevas actitudes y prácticas que pueden internalizar como propias. (Godet, 1995; Senge, 2000).
Las empresas son mas que un fenómeno económico, son grupos
humanos complejos que interactúan y mezclan sus intereses particulares con
los de su organización y los del entorno, enriqueciendo su intelecto y
desarrollándolo en torno a los principios y valores interiorizados, lo que
genera una inteligencia interna que a su vez, es aprovechada por las
organizaciones en la innovación tecnológica necesaria para permanecer en
un mercado donde el cambio es el factor común, pero es también la fuerza
que presiona la búsqueda constante de nuevas tecnologías que le garanticen
la continuidad en el mundo globalizado.
La velocidad de los cambios obliga a las empresas ha actuar con rapidez
por lo que se hace necesario un marco de actuación sólido que les permita
mantenerse en el rumbo establecido sin perder las perspectivas de sus
compromisos sociales y ecológicos y que paralelamente les garantice el logro
de sus objetivos económicos como su razón de ser original. En
consecuencia, las empresas deben asumir la responsabilidad ética de sus
gestión tecnológica para con sus interlocutores válidos que al fin de cuentas
son la razón y causa de su existencia. Si las metas económicas sobrepasan
la responsabilidad para con el factor humano, la empresa trabajará para un
mercado fantasma, donde las necesidades por satisfacer serán inexistentes.
Figura 1. Circulo Virtuoso. Adaptado de Lovelock (1997, Pág. 460)
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