Velásquez, Lorena
Universidad Rafael Belloso Chacín, Venezuela
rprieto@ujgh.edu.ve
Guaiquirima, César
Universidad Rafael Belloso Chacín, Venezuela
cguaiqui@gmail.com
Seijo, Cristina
Universidad Dr. Rafael Belloso Chacín, Venezuela
cristinaseijoa@hotmail.com
Esta investigación presenta consideraciones de Ecoliderazgo Ético para una nueva Gestión Pública. El estudio es descriptivo, cualitativo y teórico. Se analizaron materiales relacionados con Ecoliderazgo de: Chelo (2002); Badii y otros (2007), Mendoca y Kanungo (2007), entre otros. De Liderazgo ético: Treviño y otros (2000), Price (2008), Fluker (2009) y Fox y otros (2010), entre otros; y de Gestión Pública, teorías de: Seijo y Áñez (2008), Martín (2002 y 2009) y Etkin (2009). Concluyendo finalmente que: a) Ecoliderazgo Ético es una manera de ver la vida, de cómo el hombre interactúa con el mundo que lo rodea, es reflexivo y posee una conciencia histórica de la sociedad y dignifica la vida; b) difunde conciencia de la calidad, de hacer bien, de añadir valor a las cosas; c) solo dejando a un lado los disvalores y adoptando valores éticos ecológicos se puede garantizar una gestión pública más cercana y consciente de los problemas de la población; y d) el Ecolíder Ético es una persona moral que se preocupa por cómo el medio ambiente incide en la calidad de vida de las personas y con su actuación diaria humaniza la gestión pública. Además se apoya en gran medida de valores morales, éticos y espirituales, por ello asume una capacidad de movilizar a las personas en torno a un punto de vista ecológico a largo plazo, así como se centra en la responsabilidad directa de la gestión para conseguir organizaciones en sintonía con los valores ecológicos.
Palabras clave: Ecoliderazgo Ético, Liderazgo Ético, Disvalores, Gestión pública.
This research presents Ecoliderazgo Ethical considerations for a new Public Management. The study is descriptive, qualitative and theoretical. Related materials were analyzed Ecoliderazgo: Chelo (2002), Badii, Guillén and Abreu (2007), Mendoca and Kanungo (2007), among others. Ethical Leadership: Treviño y otros (2000), Price (2008), Fluker (2009), and Fox y otros (2010), among others; and Public Management theory: Seijo y Áñez (2008), Martín (2002 and 2009), and Etkin (2009). Finally concluding that: a) Ecoliderazo Ethics is a way of looking at life, how people interact with the world around him, is reflective and has an historical consciousness of society and dignified life; b) spreading awareness of quality, to do well, to add value to things; c) only, leaving aside the ethical values and adopting disvalues ecological governance can ensure closer and aware of the problems of the population; d) the Ecolíder Ethics is a moral person who cares about how the environment affects the quality of life of people and their daily performance humanizes the public management. It also relies heavily on moral, ethical and spiritual, for it assumes an ability to mobilize people around an ecological point of view the long term and focuses on the direct responsibility of management to get organized in harmony with ecological values.
Key words: Ethical Ecoliderazgo, Ethical Leadership, Disvalues, Public management.
Los problemas éticos como ambientales son tan globalizados como la economía
misma, representan retos que desafían los parámetros de pensamiento y organización,
sobre todo de aquellos que tienen la responsabilidad de conducir una organización
pública. Tales retos pueden ser: conjugar la rentabilidad social con el cuidado del medio
ambiente y el ejercicio de los principios éticos.
Sin embargo, la organización, conjuntamente con la administración de bienes públicos
no es cosa fácil, los problemas internos como externos prueban la capacidad de
decisiones de gerentes; es allí donde los valores éticos de estos líderes se transforman en
la plataforma ética, la cual Daft y Marcic (2010) conceptualizan como la que representa
los diversos sistemas, posiciones como programas que una compañía puede emprender
para promover un comportamiento ético. Y serán estas conductas las que propiciarían las
acciones de cambio, además de compromiso entre la organización pública y las personas.
Al respecto de este tema, Martín (2002) señala cómo dentro de la Gestión Pública no
se puede tratar el tema de los valores sin relacionarlo con el concepto de vida, entendida
ésta en sentido amplio como unidad, equilibrio y comunicación. Similarmente sobre todo
este sector que tiene su origen en la organización tanto como en la planificación del bien
común; menciona además como en las organizaciones públicas, tal proyecto común
involucra tanto a los actores incluidos en las organizaciones, como también a quienes
resultan de una u otra manera afectados por las decisiones adoptadas.
Ahora bien, discutir de gestión pública es hablar de trabajar por los derechos humano
y estos se postulan en coherencia con la dignidad humana, tal y como lo refiere Garzón
(2003). Este autor asegura que dignidad significa la exigencia radical de ver y respetar al
ser humano, así como de proveerlo de todo lo cuanto requiere para poder realizar a
plenitud su perfección ontológica, su proyecto vital, el sentido de su vida.
Se trata de un ethos cuya exigencia radical es que cada hombre sea tratado como una
finalidad. Así se constituirá una comunidad integral, armónica de encuentro entre
finalidades, justa y realizadora de lo humano.
Sin embargo, si la administración pública de tal forma trabaja para el bien del hombre,
entonces en el contexto de la Bioética es pensar el bien del hombre con fidelidad a la vida
de la cual participa y depende, recalca el investigador. En virtud de esto se puede decir
que entre las decisiones que diariamente deben ser tomadas desde el ámbito público
están las referentes al medio ambiente. Particularmente el sector público venezolano
debe comenzar a formularse un nuevo concepto de vida organizacional, no bien solo
implique buscar el bien para los seres humanos, sino de estos en conjunción con todos
los organismos vivos que lo rodean.
No obstante, como en toda organización humana, existen factores como en cierto
modo atentan contra los valores éticos existentes, entre el principal valor que maneja la
gestión pública esta la responsabilidad hacía las personas, por su bienestar, sobre todo
en asuntos tales como el ambiental, donde se presume podría generarse problemas que
afecten su desarrollo, y tal como lo refiere Ferrer (2002), es preocupante para una
organización pública dejar por fuera de sus estrategias administrativas la actuación de sus
funcionarios ante el tema de la preservación ambiental.
Esta realidad reflejada en el estudio de la autora antes mencionada es sustentada por
Price (2008), quien asegura que los líderes violan sus propios códigos morales según la
cultura imperante en su entorno; es más lo ven como algo natural en momentos de crisis,
bien hasta llegan a adoptarlo como una práctica común. Tras esta aseveración, se podría
hablar de estar en presencia de una gestión pública condicionada por la cultura
circundante a ella.
Si bien este panorama podría ser observado en el sector público, la tarea es preparar
líderes que salgan de este patrón de disvalores, porque como advierte Bravo (1999), son
el exceso o abuso de un valor. Estos disvalores amenazan la credibilidad de quienes
trabajan para lograr el bien común de las comunidades. Y como también lo refiere Martín
(2009), el contexto o razón de servicio influye dentro de la administración pública, por
cuanto se vive, con frecuencia, un “déficit de confianza”, alimentado por factores tales
como: la toma de decisiones inapropiadas de funcionarios hasta actos de corrupción
difundidos y hasta aceptados por quienes ven común estas actuaciones.
En este sentido, Guillén (2006) afirma que para construir o fortalecer la confianza de
los ciudadanos hacia las instituciones, se hace necesario que éstas se conviertan en
organizaciones con calidad ética, en cuya razón de ser prevalezca el pleno desarrollo
humano de sus miembros y de aquellos a quienes sirve, es decir, la dimensión ética, la
cual estará condicionada por la ejemplaridad de sus directivos a través de sus
actuaciones.
Antes de plantear los términos compuestos de Liderazgo Ético, así como Ecoliderazgo
Ético, se hace obligado ir a la raíz de los mismos dentro de las organizaciones. Porque
ahí las responsabilidades recaen en su mayoría en el liderazgo, quienes se vuelven
centros de enseñanza, ya que los gerentes se encuentran diariamente frente a situaciones que prueban su capacidad de mando y de toma decisiones. Pero no todos
tienen la capacidad de liderar, por ello Palomo (2008) señala que no es lo mismo "Dirigir"
que "Liderar". Mientras el concepto de Dirigir (Directivo/Mando) tiene las connotaciones de
Autoridad y Poder, Liderar no lo implica necesariamente, siendo, en muchos casos,
determinante la Influencia.
Ahora bien, en muchas ocasiones, se le atribuye al liderazgo un poder personal más
profundo que el poder formal inherente al cargo que ocupa. Esto surge, como
consecuencia, de la integridad, coherencia reconocida y otorgada por los demás. Una
persona puede actuar como líder de un grupo sin ser directivo o mando, sin embargo
difícilmente será un directivo/mando eficaz sino es, al mismo tiempo, líder de su equipo,
de de las personas que gestiona. Ante esta concepción la autora define entonces el
liderazgo, como el conjunto de cualidades innatas y aprendidas que pone en práctica una
persona en una situación determinada.
Por consiguiente, entonces el liderazgo necesariamente debe poseer el elemento
ético. Es pertinente señalar que si bien los valores gobiernan los fallos humanos, es la
ética la que pretende orientar esas acciones, la que ayuda a forjar el carácter del hombre.
Es el componente que cuando se es consciente que una situación no puede ser
modificada, permite tomar decisiones prudentes, que ayuden a las partes involucradas a
lograr un bienestar.
Para autores como Flucker (2009), la ética, en su sentido normativo, es el análisis
crítico de la moralidad. Es la reflexión sobre la moral con el fin de análisis, la crítica, la
interpretación y la justificación de las normas, roles y relaciones en una sociedad. La ética
tiene que ver con el significado de términos morales, las condiciones en que se toma y se
llevan a cabo decisiones morales, así como la justificación de los principios ejercida en la
solución de los conflictos de valor y de las normas morales en el espacio público.
Recalca que la práctica de la ética no es diferente a la práctica de un médico,
abogado, o técnico. Aunque uno "conoce" las normas y procedimientos, la excelencia en
el propio campo de acción implica practica.
Es así como la ética, ante los posibles desafíos morales que podrían sucederse en la
gestión pública por su naturaleza de buscar el bien común son ineludibles porque se
infiere como esta guía el comportamiento de quienes trabajan para lograr sociedades
justas, humanas. Ante esta realidad, dentro de la labor diaria de los entes públicos,
advierte Martín (2002), es necesario el elemento ético.
Expone que la Ética Aplicada es el discurso específico, trata de establecer los
principios, valores y orientaciones que deben existir en un ámbito de acción determinado
(cómo la ética de la función pública, la ética educativa, la ética empresarial, la ética
periodística o la ética para el desarrollo), aún ante el campo complejo de las tareas del
desarrollo de los pueblos, así como de los agentes involucrados en dichas tareas, se
necesita del aporte de la Ética para el impulso.
Sin embargo intentar dar respuesta a problemas y desafíos en el sector público.
Puntualiza como con el inicio del siglo XXI la reflexión ética en relación con el desarrollo
ha iniciado una tarea de aclaración de conceptos, delimitación de criterios, descubrir
supuestas, contribuir al análisis, igualmente al discernimiento.
Entonces, si se afirma que una Gestión Pública debe estar basada en valores éticos,
se hace necesario también plantear igualmente frente a estos entes deben estar líderes
con valores éticos, estar en presencia de un liderazgo ético, definido éste por Fox y otros
(2010) como aquel para promover un entorno, una cultura a favor de prácticas éticas en
toda la organización. Estos líderes desempeñan un papel fundamental en la creación,
mantenimiento y conformación de la cultura de su organización, ya sea a través de su
propio comportamiento o de los programas y actividades que apoya.
Para los autores, los líderes deben realizar conductas para fomentar un ambiente
ético, favorable a las prácticas éticas que integre éstas en la cultura general de la
organización. Asimismo, a los líderes en el sistema de salud y en cualquier ente público
tienen la obligación de mantener la confianza del público, poniendo el deber y la gestión
de los recursos de manera responsable por encima de sus propios intereses. Además de
mantener como proveedores del bien común una obligación fiduciaria para satisfacer las
necesidades de atención de las personas en el contexto de un sistema de servicio
equitativo, seguro, eficaz, accesible y compasivo.
Enfatizan Fox y otros (2010) que los líderes éticos dentro de la Gestión Pública no
sólo son responsables de crear una cultura laboral basada en la integridad, la rendición de
cuentas, la equidad y el respeto; sino también debe garantizar que el personal en toda la
organización se apoye en la adhesión a altos estándares éticos.
Debido a la excelencia en la ética no solo depende de la actuación de los individuos,
sino también al desempeño de los sistemas y el medio ambiente en el además los
individuos trabajan. Los líderes deben crear un entorno y una cultura organizacional que
apoye haciendo lo correcto, hacerlo bien, hacerlo por las razones correctas es decir,
razones compatibles con los valores éticos.
Otros autores que apoyan la tesis del liderazgo ético como alternativa para humanizar
la gestión pública son Treviño y otros (2000), quienes definen el liderazgo ético como la
demostración de la conducta apropiada normativamente a través de acciones personales,
además de las relaciones interpersonales, así como la promoción de dicha conducta a los
seguidores a través de dos vías de comunicación, refuerzo y la toma de decisiones.
Asimismo, Mendoca y Kanungo (2007) definen al liderazgo ético, como el ejercicio de
las competencias básicas individuales de gestión en consonancia con los principios
morales, con el propósito de fomentar y promover un ambiente ético en la organización,
contribuyendo de esta manera a la transformación de los seguidores, engendrando la
virtud en sí mismo, los demás, igualmente de la sociedad a través del ejemplo, así como
de la conducta virtuosa.
Por otro lado, Fluker (2009) señala que liderazgo ético es la apropiación crítica, la
personificación de las tradiciones morales que han forjado el carácter como el compartir,
significamiento de un pueblo (un ethos), éste se basa en un modelo triangular en el cual
incorpora tres dimensiones interrelacionadas dinámicamente de la existencia humana:
personal, social y espiritual. En la dimensión sobre el ser o el personal, la preocupación es
con las cuestiones de identidad y propósito (¿Quién soy yo? ¿Lo que quiero? ¿Qué es lo
que me propongo hacer y llegar a ser?).
La dimensión social implica la relación con el otro (¿A quién y con qué estoy en
últimamente responsable?). Lo espiritual se refiere a la necesidad humana de un sentido
de lo absoluto, la excelencia, como la esperanza en referencia al gran misterio del ser.
Lo expuesto por el mencionado autor hace inferir como el liderazgo ético debe ser
capaz de asumir y defender valores internalizados a su condición de ciudadano y al
mismo tiempo de servidor público, siendo especialmente cuidadoso en ser coherente
entre lo que piensa, dice y lo que hace; en otras palabras, practicar un modelaje
congruente; apoyarse poco en reglas, sistemas, procedimientos y controles,
acostumbrándose a vivir con un notable grado de riesgo trazado a partir de las
necesidades de la comunidad.
Por lo tanto, el liderazgo ético se ejerce desde y hacia las personas. Si se prescinde
de esta primera premisa se olvida lo que realmente es importante: las personas son la
clave de la empresa. El liderazgo ético se sostiene en tres “c”: confianza, credibilidad y
coherencia. Los tres conceptos están estrechamente unidos entre sí, cada uno se
entrelaza con los otros dos. Así, la confianza es capital para el buen funcionamiento de la
empresa y su ausencia acaba erosionando, seriamente a la organización.
Es por ello que para Fluker (2009) la confianza se merece, y son los demás quienes
se la otorgan al líder. Éste tiene que ganársela, día a día, con acciones concretas.
Cuando el líder comienza a tener la confianza de los demás es cuando su credibilidad
empieza a consolidarse. Los otros empiezan a “creer” en su profesionalidad.
El líder es más creíble en la medida en que, con su trabajo diario, demuestra su
solvencia para el liderazgo. Por ello, debe estar atento a su manera de hacer con las
personas de la organización en virtud como la confianza y la credibilidad son muy lentas
de alcanzar, pero se pierden con rapidez. La actuación diaria habla por el líder, así como
su manera de ejercer el liderazgo.
Siguiendo el mismo orden de ideas, cuando el dirigente desarrolla un liderazgo sobre
la base de las actitudes descritas, adquiere una gran autoridad moral y con ello
incrementa su capacidad de influir en la institución pública, tanto en las personas como en
los procesos operativos.
En primer lugar se debe tener en cuenta como en el aparato estatal, son los
empleados en cierta medida quienes tienen el deseo y la disposición de hacer las cosas bien, así como de mejorar la gestión pública, distintos de aquellos indiferentes,
irresponsables o mal intencionados. Lo que sucede es como en la práctica de un
liderazgo creíble son escasas, además el funcionario público está encorsetado por
estructuras jerárquicas, normativas, procedimientos y creencias como de alguna manera
inhiben el despliegue de toda su potencialidad.
Explica el mencionado autor cómo todo ello produce frustración, escepticismo,
resignación y desinterés. Se hace evidente pues, la necesidad de introducir cambios en la
gestión del trabajador. Probablemente, la mayoría del personal sea consciente de la
necesidad de esas transformaciones pero al mismo tiempo los consideran una utopía
irrealizable. Por eso, una de las tareas principales consiste en hacer así los servidores
públicos sientan como éstos son posibles.
Ahora bien, para que esto ocurra, es preciso bien los trabajadores crean en la
honestidad y confíen en la capacidad de sus dirigentes. Solo así se despertará en ellos el
interés por cooperar con un proceso de transformaciones que vaya más allá de las
reformas estructurales o la actualización tecnológica para incursionar en la subjetividad
individual y colectiva es decir, en los valores, las actitudes, los hábitos, las relaciones
interpersonales y la cultura organizacional en su conjunto.
Ante este panorama, se podría inferir que gracias al liderazgo ético se incrementa la
participación activa y se logra un mayor compromiso del servidor público, seguramente
habrá más control, por ende mejor transparencia en dichos procesos. Seguramente se podrán simplificar los trámites, así dichos procedimientos serán rápidos y los servicios
tendrán una calidad superior. Con ello mejorará la imagen de la institución pública, se
reforzará la credibilidad de gobiernos, y se restaurará la confianza de la ciudadanía en el
Estado.
Por lo tanto, el liderazgo ético en el ejercicio de la Gestión pública debe ser capaz de
asumir como defender valores internalizados a su condición de ciudadano y al mismo
tiempo de servidor público, siendo especialmente cuidadoso en ser coherente entre lo
pensado, dicho como lo que hace; en otras palabras, practicar un modelaje congruente;
apoyarse poco en reglas, sistemas, procedimientos, igualmente controles,
acostumbrándose a vivir con un notable grado de riesgo trazado a partir de las
necesidades de la comunidad; pero sobre todo, una de las características esenciales de
los verdaderos líderes, es la generación de credibilidad y confianza que garantice la
transparencia institucional.
Estas premisas parecieran ser poco aceptadas dentro del ámbito público, cuando se
compara con el panorama presentado por Ferrer (2002), en su estudio del sector público,
donde se evidencia una marcada tendencia al clientelismo y a la centralización de las
tareas administrativas. Pero entre las visiones éticas para buscar humanizar al sector
público se encuentra el concepto empleado por primera vez por Chelo (2002) para
describir a un líder ecológico que contempla la vida como un proceso de aprendizaje
continuo, donde aprende de todos, y valora situaciones con lo aprendido.
Igualmente no pierde tiempo en buscar enemigos, ni quejarse de su existencia, sino
aun mejor, busca cambiar la realidad o cambiar la propia representación mental de la
realidad, y esto último implica imaginación, creatividad, libertad mental y humildad; valores
inherentes en toda institución que base sus valores éticos en la dignidad de la vida.
Las bases éticas del Ecoliderazgo ayudarían a quienes están al frente de la
administración pública a difundir conciencia de la calidad, de hacer bien, de añadir valor a
las cosas a través del propio ingenio, de la propia creatividad e inteligencia, del propio
compromiso que se genere entre los líderes y la ciudadanía para preservar su entorno
medio ambiental.
Por su parte Badii, Guillén y Abreu (2007) aseguran que en la administración pública
muchas veces adoptar valores ecológicos se convierte en tabú, en cuanto este tema
incide directamente en el sector empresarial y político, porque en un mundo materialista y
tecnológico cuestionar el crecimiento económico es cuestionar la base misma de su ser,
así que el asunto pasa a ser prohibido.
Para los mencionados autores existe una crisis real de los valores como se manifiesta
en todos los ámbitos de la vida, al afirmar como hay corrupciones fuertes en diferentes
niveles de las instituciones, tanto gubernamental como privada que anteponen sus
intereses particulares en vez del colectivo. Señalan de esta forma como es preocupante
ver cómo quienes tienen en sus manos el manejo de la administración pública poseen
menos conciencia de su entorno ecológico.
Pero este panorama puede cambiar si se retoma la tesis del Ecoliderazgo de Chelo
(2002), quien manifiesta como en toda organización están presentes algunos eco-líderes.
Cuanto más represoras sean las organizaciones frente al ecoliderazgo, más heroica
resultará su labor en ellas. Estos, más conscientes del destino de los humanos saben
observar los comportamientos negativos y clasificarlos como consecuencias de la
desesperación provocada por la falta de respuesta. Él, antes de juzgar, entiende y
comparte la emoción del otro: además, sabe usar la compasión tanto consigo mismo
como con los demás. Recalca el autor como en todos los ámbitos de la vida hay líderes
ecológicos que participan de forma decisiva en la mejora de la calidad de la existencia de
los ciudadanos.
Ante lo anteriormente expuesto se infiere como el Ecolíder Ético es una persona moral
quien se preocupa por cómo el medio ambiente incide en la calidad de vida de las
personas, no obstante tomando en cuenta eso, toma decisiones justas y las válida con
argumentos sólidos ante aquellos quienes no estén de acuerdo con su posición; es ahí
cuando le otorga a la Gestión Pública su estatus de organización humana, porque
reflexiona sobre ésta y la animal, además de cómo puede conseguir una coexistencia
digna para las partes; eso sí, sin olvidar su norte, lograr que la organización sea
productiva.
El elemento clave en la definición de la Gestión Pública es el trabajar por el bien
común de las personas, pero como señala Ferrer (2002), se evidencia dentro de este
sector el clientelismo e intereses políticos y económicos que afectan la transparencia de
funcionamiento y desvían la organización hacia la plataforma de la corrupción. Dice que
las dependencias públicas realizan un trabajo parecido al de las organizaciones privadas,
al contemplar valores de competencia, propios estos de entes privados que buscan
maximizar ante todo la rentabilidad antes de velar por el bienestar humano.
Puntualiza Ferrer (2002) cómo al existir discontinuidad administrativa producto del
relevo clientelar, y no hacer efectivo un plan de trabajo donde todos los empleados de la
dependencia se vean reflejados, se atenta contra la identificación del individuo con la
institución, su compromiso moral y la motivación al logro de los objetivos propuestos. Otro
factor preocupante en la Gestión Pública convencional es la ausencia de valores como
vocación de servicio, transparencia, trabajo en equipo, equidad, entre otros que muestran
como los intereses del sector público están cada vez más divorciados del fin para el cual
fue creado, servir a las comunidades.
En este mismo orden de ideas, Etkin (2009) señala que muchas de estas
organizaciones siguen actuando bajo lineamientos pragmáticos, donde solo se ocupan de
lograr sus objetivos a través de cualquier medio, sean o no lícitos; aprovechándose en
ocasiones de la existencia de un ambiente corrupto como una explicación de sus propias
inmoralidades, cuando realizar prácticas, como: pagos indebidos para facilitar negocios,
sobornar a funcionarios públicos, engañar a clientes, entre otras, en cuyo accionar están
presentes las decisiones de los directivos, así como del acompañamiento de una
sociedad de cómplices, lo que refuerza la crisis moral y el marco de impunidad existente, alejándose éstas de una mera supervivencia y pasando a ser, organizaciones perversas
que es precisamente el camino opuesto.
Asimismo, continúa señalando los procesos de degradación moral, se hacen
estructura además se institucionalizan, hasta el punto en el cual se habla una gestión de
la inmoralidad, al encontrar en los procesos de planificación, organización, tecnología, así
como control de las operaciones actuaciones ilegítimas.
Es probable también como en estas condiciones rígidas se fija el orden instituido, al
igual se construyan tramas perversas que relacionan al sector público con el privado en
proyectos inmorales, con su gerenciamiento, sus políticas, tecnologías, recursos y reglas
de juego. Esta desviación se puede inferir ser más probable en los espacios donde se
concentra el poder o se manejan intereses como el control de la recaudación de
impuestos o la prestación de servicios públicos.
Para dejar atrás una gestión pública, que aunque pregona su acercamiento a las
comunidades, aún práctica estrategias administrativas centralizadas en la maximización
de la rentabilidad, así como aúpa el clientelismo, se debe considerar, como lo señalan
Seijo y Áñez (2008), ésta se base en valores éticos para estimular a los ciudadanos a
participar socialmente y responsablemente en la vida pública, contribuyendo en la
búsqueda del bien común; situación que obligaría a los políticos a rendir cuentas de su
actuación y crear exigencias éticas de solidaridad entre los funcionarios públicos y los
ciudadanos.
Es así que hablar de una gestión ética en la gerencia pública es plantear una gestión
digna para la convivencia del humano con el medio ambiente, y como refiere Garzón
(2003) el destino de las personas depende del sentido de la naturaleza, se debe hacer extensiva
la dignidad humana a la naturaleza y sobre esta base respetar sus derechos. Y es
la búsqueda de esta lógica de la vida que se puede proyectar la idea de transformar la
gerencia pública convencional en una Gestión Ética Ecológica.
Reseña este autor cómo en el contexto ecológico al hablar de derechos es pertinente
conocer el significado del uso de la palabra dignidad, la cual es empleada como
correspondencia a cada ser vivo dentro de una organización. Esta correspondencia infiere
que podría ser tanto a los "derechos" como a "deberes" que debe realizar dicho organismo
hacía alcanzar llevar a cabo su propio plan de vida.
El hombre, por poseer lo que se llama su libre albedrío, realiza de forma individual un
plan de vida, diferente para cada individuo, dependiendo de sus propias decisiones y
deseos. Dicho plan de vida se llama Proyecto Existencia. En cuanto a los demás organismos
se puede decir como llevan a cabo un ciclo biológico del cual no tiene un dominio
adecuadamente dicho y actúan básicamente por los instintos convenientes de cada
especie.
Si esto es así, entonces no se pueden separar los derechos del hombre de los
derechos de la naturaleza, por ello el sector público debe propiciar ciudadanía, llevar a las
individuos a tomar conciencia permanentemente del medio ambiente que le rodea, porque no se puede olvidar cómo el sujeto está incluido en la naturaleza, como se depende de
ella, y ésta no se encuentra ilimitada al servicio de las personas, se puede hablar así de
derechos (humanos y de la naturaleza) como única forma de planear y pensar en un futuro
de la humanidad y de su planeta.
Para Garzón (2003) existe un solo derecho fundamental, el cual se puede interpretar
desde diferentes puntos de vista, así: los derechos del hombre como individuo que vive en
una sociedad y forma parte activa de ésta. Los derechos de la humanidad en la que cada
una de las culturas existentes sobre el planeta tiene los mismos derechos, deberes y
responsabilidades de vivencia.
Sí, la Gestión Ética Ecológica es una manera de ver la vida, de cómo el hombre
interactúa con el mundo que lo rodea, es reflexiva y posee una conciencia histórica de
sociedad, pero sobre todo enseña a los ciudadanos a lograr una coexistencia pacífica con
los ecosistemas cuando el derecho de convivencia se complementa con sus respectivos
deberes, entonces se puede hablar de una existencia de un equilibrio dinámico en el cual
lo más importante, expresado por el hombre, serán la dignidad y la justicia bajo el
esquema de una sociedad de la vida; una organización pública para la vida.
Si se adopta el pensamiento de Martín (2002) así como el de Guillén (2006), según el
cual las organizaciones deben estar sustentada sobre una infraestructura ética de calidad,
inmersas en la vida, la dignidad de las personas y su estabilidad psicosocial, es entonces
cuando se podría hablar de una gestión pública sustentable, con amplios criterios
bioéticos, donde el concepto de un liderazgo pensado en la ética, la ecología es la
panacea para solventar los problemas diarios de las comunidades venezolanas.
Es aquí donde entra la concepción de Ecoliderazgo Ético como herramienta para
lograr una administración pública más humana, además impulsar así como generar la
confianza, además de acentuar la interrelación con los miembros organizacionales, así
como de la sociedad en su conjunto, por consiguiente los prepare para enfrentar retos y
desafíos ético-ecológicos a saber puedan presentársele a una sociedad donde cada día
se genera más conciencia de lo que representan las prácticas poco éticas en la gestión
pública, así como el desinterés por los temas ambientales.
Dentro de la Gestión Pública hablar de valores que realcen la condición humana es
normalmente cuestionado, más aún si se habla de dignificar el medio ambiente; porque
cuidar los ecosistemas conlleva a gastar dinero en lo inmediato, a realizar proyectos de
conservación que mostraría resultados en el futuro, no en el presente; no se puede olvidar
que quienes están al frente de la administración pública tienen su permanencia en la
dirección condicionada a la preferencia de un electorado, por ello sus decisiones de corte
populista, podrían sobreponer las ganancias monetarias ante el cuidado de ecosistemas,
los cuales son sinónimo de vida.
Ante esta realidad, los valores como componente vital en la toma de decisiones y
actitudes de los líderes es parte de la vida, así lo asegura Cortina (2002), quien manifiesta
que la vida se hace de hechos valorados, de decisiones valoradas, y por ello es preciso
entender que una vida se hace en realidad desde las más íntimas valoraciones. Para la
autora los valores son cualidades de las cosas, de las acciones, de las personas, porque
atraen, ayudan a hacer un mundo habitable.
Al respecto de esto señala como cuando una acción o una persona o una institución
tienen un valor positivo, es atractiva; cuando tiene un valor negativo, es repugnante.
Cuando alguien dice de una institución que es justa, la está haciendo atractiva, y cuando
dice es injusta, la está haciendo poco aceptada además de ilegítima.
Por su parte, Badii, Guillén y Abreu (2007) aseguran que los valores son creencias,
criterios y convicciones que sirven a las personas para comprenderse a sí mismos y dar
un sentido de interdependencia con los demás. Los valores son principios en cuanto
ayudan a toda la persona comprender el mundo y sobre todo a descubrir su propia
identidad. Estos son modelos a seguir, parámetro de comportamiento, son ideales (no
solo un juego de reglas) a alcanzar para conseguir una armonía interior y exterior (social).
Enfatizan en el axioma fundamental de Sócrates. "Conócete a ti mismo".
Si efectivamente los valores se traslucen a través de las conductas y reflejan como las
personas son, entonces cuando se habla de virtudes como justicia, lealtad, libertad,
dependerá de su contexto y de la valoración de otras personas de estos conceptos. No es
de extrañar entonces como pude para unos ser moralmente malo para otros es
moralmente bueno.
Para Cortina (2002) los valores morales son aquellos que debería tener cualquier
persona, cualquier institución, cualquier actuación bien quiera llamarse humana, en el
pleno sentido de la palabra; pues ayudan a acondicionar la vida de todos los seres
humanos y además están al alcance de todas las fortunas personales, porque todos
tienen la posibilidad de ser justos, la posibilidad de ser honestos.
Y esta paradoja es muy vista dentro del sector público cuando se observa cómo los
líderes hablan de las situaciones que padecen los ciudadanos cuando nunca han
experimentado dichas situaciones. En este punto la autora antes mencionada refiere
como los valores son valiosos cuando se descubren en la implicación con la experiencia.
Sin esa implicación, sin vivir con los marginados, los vulnerables, es difícil apreciar el
valor solidaridad; sin haber experimentado la marginación, el sufrimiento o la
vulnerabilidad, es imposible apreciar el valor de la igualdad; es imposible apreciar como
vale ayudar. Los valores se descubren en la implicación con la experiencia, la realidad, se
aprenden.
Ahora bien, así como existen valores también existen los disvalores que son la
contraparte de los valores, ya Cortina (2002) lo señala, lo que no es atractivo, es
repugnante. Estos son entonces la cualidad excesivamente opuesta a la que define el
valor, es el abuso de algo.
En el sector público uno de los disvalores más comunes es la corrupción, siendo su
valor la decencia, frente a éste Ferrer (2002) puntualizaba que dentro de los organismos
públicos el clientelismo es un factor que atenta contra una sana gerencia al propiciar actos
de corrupción administrativa. Otros valores que la Gestión Pública debe poseer para ser
considerada una organización humana son la dignidad, la fidelidad, la lealtad y la
honestidad, pero sus contrapartes en los disvalores indignidad, infidelidad, deslealtad y
ruindad, también subyacen dentro de su interior, en una constante lucha donde los
ciudadanos muchas veces se convierten en el gran perdedor.
Si los valores son actitudes y acciones diarias, entonces se puede concebir una
administración pública basada en valores ecológicos, valores ambientales referidos a
los aspectos ecológicos de la calidad de vida del hombre en armonía con los ecosistemas
circundantes a él, una situación que oscila entre la convivencia con el entorno y la
destrucción del mismo, lo cual implica el disvalor del aniquilamiento del frágil equilibrio del
medio ambiente.
Al respecto de este punto autores como Rodríguez y Espinoza (2002) aseguran que
dentro de las organizaciones latinoamericanas el elemento económico es más tomado en
cuenta que el ambiental a la hora de emprender proyectos; señalan que aún cuando los
países están conscientes del daño ambiental su gestión se rige en gran medida por los
estilos de desarrollo prevalecientes en la región. En otras palabras, en papel la idea de
conservación ambiental es perfecta y consciente, pero en la realidad no se estaría
realizando.
Para contrarrestar esta tendencia en el sector público se necesita un cambio de
valores éticos, entender que el hombre quiera o no incide sobre los ecosistemas y por lo
tanto debe buscar medios para evitar que esa intromisión no sea devastadora. En este
punto Badii, Guillén y Abreu (2007) indican cómo se puede, por medio de la tecnología
científica, evitar la violencia y el dolor.
Explican que al adoptar valores ecológicos se propiciaría el equilibrio entre la especie
humana y su ecosistema, tales como: la No sobrepoblación en áreas que posea
ecosistema estable; la No contaminación exagerada, el uso de materia y energía debe
estar limitado a la capacidad del ecosistema; No derrochar; Compartir la tierra con las
otras especies y Proteger la calidad genotípica y fenotípica de la población humana,
porque el uso de medicina y servicios asistenciales debe ser reconsiderado en función de
los principios ecológicos.
Por otra parte, refieren que el cambio no es fácil, porque adoptar la preservación del
medio ambiente podría atentar contra la interpretación que dan a la razón de ser de la
administración pública, como es buscar el bien común de las personas, porque la solución
al problema socio-ecológico es detener el crecimiento poblacional y económico, entre
otros, lo cual es rechazado totalmente por los grupos empresariales y políticos, tanto
capitalistas, como marxistas. Al respecto de este punto los investigadores aseguran como
en un mundo materialista y tecnocrático cuestionar el crecimiento económico es discutir la
base misma de su ser, así que el asunto pasa a ser tabú.
Pero de no hacerlo, no se podrá garantizar el bien común. Un ejemplo de ello, son los
miles de recursos financieros que el sector público destina cada año para solventar
situaciones medio ambientales, las cuales afectan a las comunidades a su cargo. En
consecuencia, solo bajo valores éticos ecológicos se puede garantizar una gestión pública
más cercana y consciente de los problemas de la población, quien vive inmersa día a día
y permanentemente unida al medio ambiente, deben dejarse atrás disvalores como los
mencionados por Martín (2009), indiferencia, incredulidad, negativismo, superficialidad,
improvisación, ineficiencia, irrespeto, irresponsabilidad y desidia.
La forma de enfrentar situaciones difíciles, de actuar ante lo imprevisto y tomar
decisiones en cuanto busquen el bienestar de quienes están a su alrededor es lo que
define a un líder competente, eficaz y ético.
Al respecto Seijo y Áñez (2008) señalan que es poco común observar a los directivos
no enfrentarse continuamente a dilemas éticos los cuales impliquen un proceso de toma
de decisiones, bien sea en la planificación, organización, motivación, control u otra
actividad propia de la dinámica gerencial inherente al liderazgo, entre otros. Puntualizan
además como la toma de decisiones constituye el núcleo del proceso de cualquier
administración. Recalcan, se deben integrar razones éticas al proceso de toma de
decisiones en la dirección de los líderes; en virtud de ello, deben incidir en el clima ético
organizacional al tener presente el contexto en el cual se toman las decisiones, con el
objeto de manejarse con valores las organizaciones.
Ahora bien, discutir sobre decisiones éticas es reconocer como los valores forman
parte esencial de ellas, es así como hay que recordar como los valores son las arraigadas
creencias, ideales, principios o normas las cuales informan las decisiones éticas o
acciones. Es así como para Fox y otros (2010) las decisiones bien hechas sopesan las
opciones en relación con importantes valores organizacionales y sociales. Esto requiere
que los valores en juego en una decisión, como la justicia, la administración, o la fidelidad
a la misión, deben ser claros y explícitos.
Igualmente, manifiestan que al instante de tomar decisiones basadas en valores, los
líderes deben estar familiarizados con diversos tipos de materiales, de recursos
relacionados con la ética, las cuales deben utilizar para informar sus decisiones.
Puntualizan como Fuentes de información sobre los valores en organizaciones incluyen
misión de ésta, así como los valores, las declaraciones de principios éticos, los códigos de
conducta profesional, además la organización y las políticas públicas.
Afirman también que la toma de decisiones éticas exige a los líderes vean las
consecuencias a corto y largo plazo, tanto positivas como negativas, así se aseguren
además como los beneficios de la decisión compensen los posibles daños, tanto a las
personas como a los ecosistemas. Señalan cómo los líderes deben resolver al momento
de tomar decisiones sobre el impacto una decisión tendrá en diferentes ámbitos o
actividades donde se involucre la organización.
Asimismo, la toma de decisiones éticas debe incluir un examen de las cuestiones de
los sistemas subyacentes los cuales pueden causar o contribuir a las preocupaciones
éticas. Idealmente, la decisión debe evitar que situaciones similares vuelvan a ocurrir.
Finalmente, concluyen que los líderes deben considerar que sus decisiones serán
percibidas por personas que no están directamente involucradas en el proceso de toma
de decisiones, o inmediatamente afectadas por una resolución dictada en sí. Imaginar si
una decisión bien parece razonable a un amigo o un familiar o un colega respetado
mentor o fuera de la organización puede ser un ejercicio útil.
Preguntar, "¿Sería capaz de defender esta decisión entre los empleados, grupos de
interés externos, medios de comunicación o el público en general?" Puede ser otra prueba
para asegurarse como el reposo en las decisiones sobre un proceso defendible ha sido
cuidadosamente considerado desde todos los ángulos y es éticamente justificable.
Por consiguiente, el Ecolíder, quien hace vida en la Gestión Pública, debe entender
cómo la práctica de toma de decisiones éticas exige fallos transparentes para los
afectados por ellos. Debe explicar a las personas su interés en una declaración ética tanto
en el proceso utilizado para tomar la medida, así como las razones por ciertas opciones
elegidas sobre las demás. Incluso las personas que están en desacuerdo con una
decisión, será más probable acepten si perciben como el proceso es justo y entienden las
razones detrás de la disposición. La voluntad de explicar la decisión tomada es señal de
coraje moral e integridad.
Por su parte Treviño y otros (2000), advierten cómo en su papel de toma de
decisiones, el líder ético posee un conjunto sólido de valores y principios éticos. Su
objetivo es ser objetivo y justo. También tiene una perspectiva que va más allá de la línea
de fondo para incluir las preocupaciones acerca de la sociedad en general y la
comunidad. Recalcan como los líderes éticos se basan en una serie de reglas de decisión
ética, donde deben preguntarse si les gustaría ver esas medidas en la primera página de
mañana. Esta pregunta refleja la sensibilidad del líder ético ante las normas de la
comunidad.
Aseguran Treviño y otros (2000) que la “persona moral” representa la esencia de un
liderazgo ético y es una decisión importante, requisito previo al desarrollo de una
reputación, porque tener el título de ser una persona moral le dice a los empleados lo que
es probable, lo no aceptado dentro de su gestión, esto es un buen comienzo, pero esto
tampoco quiere decir informarles lo que deben hacer.
Pero ser una persona ética no es suficiente, ya que incluso desarrollar una notoriedad
de liderazgo ético con los empleados, conlleva a los líderes desplegar la ética y los
valores de sus programas de trabajo, pues así el mensaje llagaría a los empleados más
distantes. Ante ello, deben ser gestores de moral, así como personas morales.
Puntualizan que el liderazgo ético significa hacer lo correcto, y comunicarlo para que
todo el mundo entienda como lo correcto va a pasar en todo momento. Y es bajo esta
concepción donde el Ecolíder ético se debe manejar diariamente.
La gestión pública debe ser concebida al inicio del siglo XXI por sus líderes como una
organización que dignifica la vida de todo ser viviente. Entender además cómo los
derechos del hombre van a la par de los derechos del medio ambiente a su alrededor, y
bien sólo así se podría llegar a hablar de una sociedad consciente la cual bajo la
concepción de justicia garantiza el bien común.
Del mismo modo, es primordial entender que entre el deber ser del sector público está
la administración de los bienes de una comunidad, así como garantizar la equitativa y
justa distribución de dichos bienes, lamentablemente esta obligación se ha convertido en
su principal norte, hasta el punto de no importarle lo agresivo de su relación con los
ecosistemas que dependen de su cuidado. Esto amerita cambiar, la gestión pública le
corresponde incluir líderes eco-éticos, quienes vean su relación con el ecosistema que los
rodea como un factor estratégico, más no un impedimento para alcanzar desarrollos.
Estos eco-líderes estudian situaciones y toman decisiones para beneficiar tanto a los
humanos como al medio ambiente. Entiende como al planificar todos los escenarios
posibles que se puedan dar en un futuro, los cuales incluyan a las personas y su entorno
ambiental, se estará ahorrando dinero, así como se aseguraría la aceptación de la
comunidad, lo cual se traduciría en apoyo popular para la continuidad de su proyecto
personal y político.
De igual manera, entre las actitudes más relevantes de los ecolíderes éticos está la de
predecir los beneficios al negocio (organización-empleados) y el habitad en el cual se
maneja, y es esta cualidad de predecir el futuro, ser prospectivos, es lo que los hace
perfectos para dirigir organizaciones del sector público, los cuales son garantes por
excelencia en las cuestiones ambientales; por ello pueden y deben como administradores
del bien común estar activos, así como promover diariamente la cultura verde del negocio
como garantía de éxito, de rentabilidad a las empresas, asimismo a su entorno.
Por consiguiente un Ecoliderazgo Ético solo es posible si se adoptan valores morales
diarios, no solo los líderes sino su equipo de trabajo, porque estos se convierten en reflejo
de las capacidades que el dirigente puede generar entre las personas. Un dirigente no
trabaja solo, es su equipo quien lo hace un ser con potencial de incentivar y concentrar
energías para alcanzar una meta, es por ello como el líder con su actuación enseña a
quienes le sigue lo moralmente bueno y lo que no lo es.
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